lunes, 11 de noviembre de 2013

Prólogo

Dos cuerpos bajo una luz de farola, una masculina y una femenina, un hombre y una mujer. El hombre forcejeaba la mujer, probablemente para asesinarla, ¡y quién sabe! seguramente porque le había puesto los cuernos o algo parecido. 
No era algo demasiado reciente en aquel pueblo que normalmente, solía pasar por largo por su tranquilidad, en cambio, la semana pasada, habían muerto dos mujeres a manos de sus maridos. La primera porque le había puesto los cuernos, y la segunda, porque se pensaba divorciar de su marido y quedarse con los hijos. 
Aquella escena, en cambio, era distinta a las otras dos: ocurría en la calle, no en una casa. 
Y claro, cuando trata de la calle, siempre hay alguien observando o alguien que se da cuenta sobre lo que pasa, y en caso de valentía, acuden a su ayuda. 
Ese fue el único error que aquella noche, la joven María Jiménez había cometido: armarse de valor y acudir en la ayuda de aquella mujer ensangrentada. 
Pero su acto de valentía fue demasiado tarde, aquella mujer yacía en el suelo, muerta, con los ojos de blanco, y el pánico se apoderó de ella. 
El asesino, en cambio, reaccionó con rapidez: tenía que eliminar a la mayor prueba de su crimen. 
María retrocedió un par de pasos, no sabía lo que hacer, ya estaba metida en la pelea, metida e indefensa ante aquel cruel hombre sin piedad con una cuchilla afilada en sus manos, cubierta con la sangre de la pobre mujer. 
Toda la vida pasó por delante de sus ojos, y por primera vez en su vida, probó lo que aquella frase decía. 
El hombre corrió rápidamente y aquella escena se convirtió en un doloroso cuerpo a cuerpo al que el hombre intentaba sin escrúpulos clavar la navaja, mientras que María, con todas sus fuerzas, procuraba evitar los navajazos y chillaba ante el dolor de que el cuchillo le traspasara la mano. 
En aquel momento en el que descuidadamente se quedó totalmente indefensa, el hombre, en un acto rápido, intentó asesinarla por fin. 
Todo pasó lento. Y como si de un ángel se tratara, un perro enorme y fuerte, con unas mandíbulas poderosas atacó al hombre, matándolo en pocos segundos. 
María respiraba lentamente y lo más silenciosamente que podía, con la esperanza de que el perro pensara que estaba muerta, pero no lo hizo, y para su asombro, ladró para María y se fue. 
Pronto, un vecino asustado por tanto chillido bajó para la ayuda de la muchacha, avisó a la policía y le dijo todo lo que había pasado. 
María, seguía paralizada mientras que los médicos le curaban las heridas, ella misma había echo el acto más valiente pero estúpido de su vida, el que, sin querer, le había fastidiado su vida para el futuro. 

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